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La perspectiva de género y su relación con el ambiente.

¿Qué hacen y qué más pueden hacer las mujeres para revertir la desigualdad?

Por Karina Alejandra Navone

 

Cuando hablamos de ambiente hablamos de los recursos de la « Casa Común » que llamamos Tierra y los flagelos que los acechan y que se ven agravados por la actividad antrópica. Estos flagelos (la contaminación, la degradación de los ambientes naturales, llevan al calentamiento global, al cambio climático y con ello a la grandes migraciones de las y los desplazados ambientales).

El cambio climático y la falta de igualdad de género son dos grandes retos a los que nos enfrentamos como especie, entre otros. Pero, pese a existir un consenso casi planetario acerca de los peligros del primero y, en menor medida, sobre la desfavorable situación de la mujer, a menudo se consideran asuntos independientes.

Sin embargo, no lo son, están interrelacionados, en especial en los países en desarrollo, donde los mayores índices de pobreza y los peores efectos del calentamiento global se dan entre los más desfavorecidos –y por lo tanto, más vulnerables – donde las mujeres suelen ser mayoría. De hecho, representan un 70% de los más pobres del mundo, son mayoría entre las comunidades más rurales (representan los dos tercios de la fuerza de trabajo en los países menos desarrollados) que están expuestas al aumento de la sequía y la desertización.

En 2016, en el mundo había 1.100 millones de personas sin acceso a la energía. De estos, entre el 50 y el 70% son mujeres y niños. Por otra parte, un tercio de la población mundial no tiene acceso a instalaciones de cocina limpias y todavía debe usar biomasa sólida para cocinar.

La tarea de recolección de biomasa recae sobre todo en mujeres y niños, que pueden dedicar más de veinte horas semanales a recoger madera y aún más horas para cocinar con hornos ineficientes.

Como resultado, tienen menos tiempo para estudiar, participar en otras actividades o simplemente descansar.

La UNESCO estima que las dos terceras partes de los niños que no van a la escuela son niñas y que una de cada cuatro mujeres jóvenes en países en desarrollo no han completado la primaria, lo que perpetúa el ciclo de marginación. Existe una “feminización de la pobreza”. Adicionalmente, sufren una mayor tasa de mortalidad prematura, entre otros, por los ambientes de humo.

Las mujeres son mayoría entre el número de muertos en desastres naturales, como inundaciones o sequías extremas, con catorce veces más de posibilidades de morir (como sucedió en el tsunami asiático de 2004, donde más del 70 por ciento de las víctimas fatales fueron mujeres).

Los roles de género desempeñan un papel relevante en el incremento del riesgo: por ejemplo, porque no saben nadar o porque, a menudo, ceden su comida a niños y hombres. Por otro lado, si sobreviven, la investigación parece indicar que durante los fenómenos climáticos extremos se incrementa su carga de trabajo, ya que dedican más tiempo al cuidado de más dependientes.

Las mujeres serán mayoría entre los 50–200 millones de refugiados climáticos (80% de mujeres y niños) que, hasta 2050, se prevé que intentarán escapar de los impactos del cambio climático en su entorno.

Las mujeres rurales producen hasta un 60% de la comida del hogar, pero raramente son propietarias de la tierra.

Autor: Juan Ignacio Roncoroni | Crédito: EFE


En la actualidad, el 60% de las personas que sufren desnutrición son, según el World Economic Forum, mujeres y niños.

Es decir que, si bien el cambio climático afecta a todo el planeta y a sus habitantes, su impacto se distribuye de modo desigual: las personas más vulnerables son aquellas más desfavorecidas –en múltiples términos: económicos, sociales, culturales, políticos-. Las mujeres y las niñas y niños son mayoría entre estos colectivos y, como tales, sufren de primera mano y de forma acentuada sus efectos negativos: son mayormente las mujeres y las niñas las que dedican una cantidad desproporcionada de tiempo a buscar alimentos, combustible y agua, o a trabajar con los cultivos…. el impacto diferenciado es enorme!!.

Mientras tanto...

Nuestra voz suele ser la última a la que se presta atención en la planificación y la gestión ambientales. Somos minoría entre quienes dibujan las estrategias climáticas y energéticas mundiales, en los órganos de toma de decisiones políticas.

Aunque hemos demostrado nuestra capacidad para gestionar los recursos naturales y adaptarnos al cambio climático, con frecuencia nuestros aportes son menospreciados o infravalorados.

Las dimensiones de género y el papel fundamental de las mujeres en las acciones relativas al clima han tenido, históricamente, escaso reconocimiento en los foros internacionales.

La necesaria contribución de las mujeres es difícil en un mundo en el que, a pesar de representar cerca de la mitad de la población mundial, están infrarrepresentada, en número, en los organismos de decisión.

La falta de representatividad ha sido general: en 2016 solo un 22,8% del total de parlamentarios nacionales y un 4% de los CEO de las grandes empresas del Fortune 500 eran mujeres. Y en 2011 ocupaban sólo un 7% de los ministerios de medio ambiente, energía o recursos naturales y suponían un 3% de los responsables de ciencia y tecnología**.

También participan en franca minoría en las Conferencias de las Partes (COP) sobre cambio climático. En la COP23 por ejemplo, las mujeres representaban el 38% (esto ha empezado a cambiar, paulatinamente, a partir de la COP 25).

Pero qué hacemos las mujeres frente a esto...?

De manera silenciosa, muchas veces invisibilizadas, las mujeres podemos y marcamos la diferencia. Si bien no siempre se nos reconoce, desempeñamos un papel esencial en garantizar la protección de ecosistemas frágiles, la capacidad de las familias para sobrevivir a los desastres naturales y la gestión justa, eficiente y sostenible de los recursos naturales.

Tiempo atrás, en una reunión en el Ministerio de Trabajo, en el marco de la Comisión Tripartita para la igualdad de Oportunidades, un hombre de entre los participantes en esa reunión, el Cro Rafael Abelardo Palacios (actualmente Diputado autonómico en la Junta General del Principado de Asturias) ilustró en palabras, de manera magistral a mi entender, la diferencia histórica esencial entre hombres y mujeres (con excepciones obviamente) dijo:

« Lo que ha ocurrido históricamente es que los hombres miramos siempre un espejo donde nos vemos nosotros mismos, mientras que la mujer, por lo general, está parada frente a una ventana, a través de la cual ella ve a sus hijos, a su marido, a sus padres, a todos los demás y raramente a ella misma, si lo hace es a través del reflejo de los otros. »

Será tal vez por esta razón que somos tan sensibles hacia el cuidado de la “casa común” como Diría el Papa Francisco…?? Porque sabemos que es el único hogar de nuestros hijos y nietos?

Este compañero concluyó:

« El día que los hombres nos asomemos a esa ventana y las mujeres se miren más al espejo, ese día vamos a tener una sociedad más equitativa. »

Me pareció un pensamiento totalmente ilustrativo.

Mujeres y niñas han demostrado ser agentes de cambio, desempeñan un papel fundamental y a menudo no reconocido en las acciones para hacer frente al cambio climático y en la gestión de los recursos naturales.

En la mayoría de los países en desarrollo, por ejemplo, son las principales administradoras de la energía en el hogar y suelen ser importantes agentes de cambio en la transición hacia las energías sostenibles.

Hay emprendedoras con un potencial enorme para crear redes de distribución y servicios en las zonas rurales, con lo que ayudan a disminuir el costo y a aumentar el acceso a las energías sostenibles.

Cuando tienen a su cargo la adopción de decisiones, han ofrecido soluciones innovadoras para responder a los efectos del cambio climático y para lograr un desarrollo más sostenible en general.

Hay grandes lideresas y activistas ambientales en todos los puntos del planeta, sin embargo seguramente pocos de entre nosotros hayamos escuchado hablar de ellas:

Sin ir más lejos, en nuestro país, hay infinidad de casos: les puedo contar, por ejemplo, el de Claudia Leguizamón, esta maestra de escuela del ciclo primario en una de las zonas más vulnerables de nuestro país, a la vera del Riachuelo y a la que el diario La Nación, en una nota de noviembre 2017 llamó “La Guardiana del Riachuelo: la maestra que cambió la historia de un barrio” y que creó el Programa educativo “Los Guardianes de la Cuenca Matanza Riachuelo” desde donde se propuso convertir el enojo y la ira de los niños del 4to grado de la Escuela N° 72 Pedro Medrano (por la muerte de sus hermanitos a causa de contaminación ambiental) en una acción positiva que llevó no sólo concientización y aprendizaje sino que produjo una verdadera revolución cultural y material en todo el barrio de Villa Jardín donde está ubicada esta escuela.


Es necesario acentuar la perspectiva de género en la lucha contra el cambio climático, de modo que hombres y mujeres contribuyan por igual con nuevas propuestas que fomenten la igualdad de género y el desarrollo sostenible desde la particular mirada de cada uno.

Es necesario reclamar y fomentar la participación activa de la mujer y proponer nuevas políticas –climáticas y de desarrollo – que contribuyan a transformar las estructuras sociales, productivas, económicas e institucionales de modo que fomenten la igualdad de oportunidades y el desarrollo sostenible.

Y en estas discusiones los sindicatos -las organizaciones representativas de las y los trabajadores tenemos que estar presentes de manera activa, a la vanguardia, ser agentes de transformación, de propagación de una cultura sostenible: el verdadero cambio hacia una sociedad más justa es con nosotras y nosotros, las y los trabajadores.

 

La Autora es abogada. Egresada de la Clínica Jurídica de FARN y actualmente es Secretaria de Género e Igualdad de Oportunidades del Sindicato Gran Buenos Aires de Trabajadores de Obras Sanitarias - SGBATOS

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